Dolor crónico sin lesión aparente: claves neurovegetativas para entender
Cada vez más fisioterapeutas se enfrentan a pacientes con dolores persistentes que no responden a los tratamientos convencionales. El tejido parece estar bien, la estructura no presenta alteraciones, pero el síntoma continúa. ¿Qué está ocurriendo realmente? Este artículo propone una mirada más amplia al fenómeno del dolor, integrando la perspectiva neurovegetativa y explorando herramientas que permiten intervenir con mayor profundidad.
¿Cómo entender el dolor desde una perspectiva neurovegetativa?
El fisioterapeuta general está acostumbrado a buscar la causa del dolor en la estructura. Hacemos palpaciones, valoraciones articulares, test ortopédicos. Buscamos la lesión. Pero hay casos en los que el dolor persiste a pesar de que “todo está bien”. No hay signos evidentes de inflamación, la imagen no muestra nada relevante, el rango articular es funcional… y sin embargo, el paciente sigue doliéndose. ¿Qué nos está diciendo el cuerpo cuando los síntomas no se explican solo por lo físico?
Esta pregunta es una puerta de entrada a una visión integrativa del tratamiento. Porque tal vez no se trate de “una lesión que no se ve”, sino de una información que no se ha integrado. Y ahí es donde el sistema nervioso autónomo, los campos receptores y la neurofisiología del trauma empiezan a cobrar protagonismo.
¿Qué pistas clínicas pueden guiarnos?
El sistema nervioso autónomo regula funciones vitales automáticas y su estado influye directamente en la percepción del dolor. Cuando hay una amenaza real o simbólica, como un conflicto emocional o una vivencia estresante, el cuerpo puede mantenerse en un modo de alerta prolongado. Esto no siempre se traduce en rigidez estructural, pero sí en tensiones difusas, disfunciones digestivas, insomnio o hipervigilancia corporal.
Muchos pacientes no duermen bien, digieren mal o están hiperreactivos a estímulos mínimos. Sus tejidos están tensos, pero no inflamados. Su musculatura está contracturada, pero no lesionada. Aquí es clave mirar al sistema nervioso como origen del síntoma y no solo como mediador del dolor.
El lenguaje corporal también puede darnos información: hombros encogidos, respiración torácica superficial, mirada rígida, manos frías o sudoración leve. Estas señales, aunque sutiles, revelan un estado simpático predominante que mantiene al cuerpo en estado de alerta.
¿Cómo aplicarlo en consulta?
Una de las claves está en observar cómo reacciona el paciente ante estímulos suaves. Cuando al tocar zonas del cráneo, abdomen o pliegues corporales no hay cambios medibles en la frecuencia cardíaca o en el tono autonómico, estamos ante campos receptores desconectados. Es decir, zonas que no están mandando información adecuada al sistema central.
Por el contrario, cuando sí hay respuesta; un bostezo, un suspiro, una variación del pulso. Estamos ante una señal de que el sistema tiene plasticidad y capacidad de adaptación. Herramientas como el Polar o el oxímetro permiten observar estos cambios en tiempo real. No se trata de hacer diagnósticos en base a los números, sino de evidenciar con ellos una conexión funcional.
Podemos también acompañar la sesión con herramientas de regulación como el trabajo respiratorio, los movimientos oscilatorios suaves o la estimulación de zonas de alta densidad intersticial. Esto potencia la adaptación neurovegetativa y mejora la percepción de bienestar del paciente.
Un protocolo útil puede ser: valorar la respuesta autonómica a estímulos en zonas estratégicas (entrada torácica, epigastrio, frente, sacro), intervenir con oscilaciones o presión suave en las que no responden, y luego revalorar. El objetivo es evidenciar cambios en tiempo real, incluso si estos son mínimos.
Además, se puede trabajar el entorno sensorial de la sesión: iluminación suave, tono de voz bajo, contacto constante y ritmo tranquilo. Esto no solo favorece la regulación, sino que también reprograma la percepción de seguridad en el sistema nervioso.
¿Qué beneficios aporta este enfoque?
Desde lo clínico, este abordaje permite al fisioterapeuta generar cambios sistémicos sin recurrir a técnicas invasivas. No se trata de dejar de usar herramientas estructurales, sino de integrarlas con una visión que contempla al cuerpo como un sistema vivo que responde a lo que percibe más que a lo que se le impone.
Desde lo relacional, el paciente se compromete más al ver y sentir que su cuerpo responde. Esto favorece la adherencia al tratamiento y abre la puerta a una comprensión más profunda del proceso. No es lo mismo decir “tu cuello está contracturado” que mostrarle que al estimular suavemente su abdomen, su respiración mejora y su dolor baja.
Muchos de estos enfoques se trabajan de forma más profunda en el programa de Neurobiología Cuerpo-Mente, donde se aprende a mirar más allá del síntoma físico y entender al paciente en su totalidad. No solo con teoría, sino con práctica clínica, exploración táctil, análisis del sistema nervioso y abordajes específicos por segmentos.
Este tipo de mirada no solo mejora los resultados, sino que transforma la experiencia terapéutica en un encuentro más humano, más coherente y más eficaz. Porque cuando el síntoma no desaparece con lo estructural, el cuerpo nos está pidiendo que lo escuchemos desde otro lugar.
